viernes, 9 de septiembre de 2011

La paella y el vino

Paella es un término que nos hace evocar festejo, diversión, alegría. Millones de personas la disfrutamos en cualquiera de sus versiones, la original valenciana y las otras múltiples variantes que han surgido en España y alrededor del mundo. Armonizarlos con el vino no solo potencia los sabores de la paella, sino también los ánimos del festín.

El término paella viene de la especie de sartén en el que se cocina. El platillo original es de Albufera, Valencia-España; cuyos ingredientes, además del arroz de la zona, son el conejo, el pollo y los caracoles de tierra. La riqueza de las huertas valencianas han enriquecido este plato, que hoy vemos tan extendido en variopintas versiones a la marinera, mixta con cerdo, etc.

Armonizar la paella es relativamente sencillo. Aunque varíen los tipos de carnes y los grados de untuosidad o grasas, la fórmula nos pide equilibrar con vinos jóvenes, secos y frescos. Pero como siempre, en el caso de los maridajes, las fórmulas no son únicas y generalizadas, menos considerando que las variantes de la paella, como los gustos personales, son ilimitadas.

Más que elegir un tipo de vino, valdría la pena experimentar con al menos dos alternativas y comparar. Es la mejor manera de definir nuestras preferencias.

Entre ellas sugerimos:

1) Rosados de medio cuerpo para todos los tipos de paella.
2) Espumantes secos: rosados y blancos.
3) Tintos ligeros: Tempranillo, Pinot Noir-Borgoña y Merlot suave, sobre todo para las que contienen pollo y cerdo.
4) Blancos secos que no hayan pasado por barrica: Sauvignon Blanc y Chardonnay.

En todo caso, el ingrediente indispensable es las ganas de disfrutar… ¡al ritmo del vino!

Inés Urdaneta
José Luis Estela

“…cuando se acerca esa fuente humeante y aromática llena de esos pequeños y perlados granos, quizás teñidos por algún ingrediente y acompañados de simplezas; de eso se trata, el arroz es simple y sus compañías deben ser ídem”.
Augusto Saracco

viernes, 2 de septiembre de 2011

El Torrontés


Cuando hablamos del vino argentino, el tinto Malbec es el que despunta. Y, abriéndose camino por sus tonos firmes y aromáticos, lo secunda el blanco Torrontés, que cada vez más seduce a los paladares internacionales.

Aunque hay un Torrontés que se origina al noroeste de la Península Ibérica, las variedades de Argentina se consideran autóctonas. Es por mucho la uva blanca más plantada y más distintiva del país. Domina el 20% de las ventas de vino en Argentina.

Hay tres variedades de Torrontés argentino, el Riojano, el Sanjuanino y el Mendocino. El que más aceptación ha tenido por su creciente calidad es el Riojano. Salta, al noroeste del país, es reconocida por su excelente producción.

Torrontés es un vino que sorprende al destapar la botella por sus exuberantes aromas florales y herbáceos. Hay quienes lo han comparado a abrir un frasco de perfume. A algunos solía aturdir y desilusionar por el sabor subsecuente y algo de amargura que dejaba al final. Sin embargo, en los últimos años el Torrontés ha mostrado determinación para crecer, evolucionar y sofisticarse. Hoy encontraremos vinos balanceados, de medio cuerpo, con tonos de albaricoque, cítricos y frutas blancas, secos y con algo de acidez que les da frescura.

Si es amante de los Chardonnay y los Moscatos, esta es una gran opción. Estos son considerados vinos más apetecidos por mujeres. Sin embargo, un buen Torrontés será un excelente acompañante de comidas chinas, fusiones asiáticas, platillos mexicanos, quesos suaves y fuertes, carnes blancas y pescados o mariscos.

Si el acento, los gauchos, los chés y el Malbec son considerados emblemáticos de Argentina, hoy el Torrontés nos abre generoso sus aromas y sabores autóctonos.

Aprovechando lo que queda del verano en el norte, queda invitado a degustar, comparar y disfrutar… ¡al ritmo del vino!

Inés Urdaneta
José Luis Estela


“El vino se parece al hombre: nunca se sabe hasta qué punto se le puede apreciar o despreciar, amar u odiar; ni cuantos actos sublimes o crímenes monstruosos es capaz de realizar. No seamos, entonces, más crueles con él que con nosotros mismos y tratémosle como a un igual”.
Charles Baudelaire